
Por: Pilar Alberdi
«Muletillas» también llamadas «falsos amigos». Las repetimos, sin darnos cuenta, cuando conversamos, por ejemplo: «vale», «¿me explico?»... La lista sería abundante. Y a este lastre hay que sumar otros como el de las redundancias, repeticiones... Pero para los escritores el problema viene cuando, al margen de las muletillas que habitualmente utilizamos en la conversación, tenemos otras, que por costumbre aplicamos a nuestros textos. Por ejemplo: «miró de soslayo», y así muchas más que, curiosamente, no utilizamos en nuestras conversaciones, pero que se han perpetuado en los textos que leemos. Ya sea porque los utilicen los escritores de origen o los traductores. Por ejemplo, un amigo me comentaba la cantidad de veces que había tenido que leer en una conocida novela, la palabra «retrepó» más sus variantes.
Si aparecen unas pocas veces, no hay problema, porque si están distanciadas, habrá lectores que ni se den cuenta, especialmente los que leen rápido, pero si aparecen demasiadas veces, la lectura del texto se entorpece y, en vez de llamar nuestra atención sobre la historia, que es lo fundamental, lo hace sobre estos pequeños detalles con lo cual se acaba desviando nuestra atención.
Todos, sin excepción, utilizamos este tipo de «muletillas o falsos amigos»; incluso, arrastramos modismos o formas de hablar que son de las regiones en donde pudieron vivir nuestros padres o nosotros mismos en otra época. Para un escritor que trabaja rápidamente en su novela, sería un problema detenerse a cada instante a mirar qué ha puesto. Incluso, por costumbre, es probable que tras una primera, segunda o duodécima lectura ni las vea, porque está acostumbrado a ellas. De ahí la importancia de que nuestros textos los lean otros. Pero sí es tarea de quien corrija, señalarle en dónde están. Esto entraría dentro de la corrección de estilo; pero es necesaria. Y, todavía mejor, si el corrector no conoce a los personajes del libro, porque de ese modo podrá ver detalles, que se le escaparían a otra persona que sí los conozca.
Lo que está claro, y con el tiempo yo lo he experimentado, es que debemos volvernos cada vez más cuidadosos con nuestros textos.