lunes, 26 de marzo de 2012

37 relatos para leer cuando estés muerto




Reseña: Pilar Alberdi


37 Relatos para leer cuando estés muerto de Igor Kutuzov, dividida en dos partes, reúne tres clases de historias cortas: de tipo realista, fantástico con un toque de ciencia ficción y las que son propiamente de fantasía épica. Estos últimos tienen relación con su obra Antigua Vamurta publicada por el Grupo Ajec
Algunos son de gran belleza lírica. Son profundos y poéticos, y el ritmo prevalece en sus frases. Veamos, dos de estos pequeñaos relatos.

Trenes veloces
 
En el pueblo volví a oír tu nombre. Tras tanto. Que habías vuelto de la capital. Tú que eras el listo y el guapo del pueblo. Que no se te reconocía, que volviste como una encina calcinada. No sé si recordarás las tardes de verano en la laguna, cuando salíamos del agua y nos tumbábamos sobre la arena ardiente a esperar la noche como si nada existiera. Me contaron de ti y te soñé. Porque no pude imaginarte. No, tras verte partir hacia Madrid como uno de esos trenes que cruzan veloces la llanura. Uno de esos trenes que olvidan la astilla del campanario del pueblo entre la infinitud de los campos amarillos.
Y por eso, al verte pasar esta mañana, con una sonrisa brillante, pregunté sobre ti. Me han dicho que vives en la cabaña del lago, que cazas pajarillos, que tu huerto es un vergel y que has aprendido a hablar con las abejas. ¿Vuelves a ser aquel que fuiste? Qué vistes, qué no supiste hacer. Lo que te pasó. Te veo, otra vez, bajo la cúpula de estrellas, dejando pasar las noches. Quizá debería acercarme al lago para darme un baño, otra vez.


El secreto
 
Échale un vistazo a una pirámide de edad. A partir de los ochenta y tantos solo quedan mujeres. No tienen horario, como las tiendas de los paquis. Te las puedes encontrar en grupos de tres a siete horadando calles sin interés, cruzando parques deshabitados. Ellas van cogidas del brazo, a sus anchas, desafiando el viento hiriente de enero o los rigores de agosto. La cuestión es salir de paseo, ¡qué digo!, el tema es campear, y pobre de ti si no te apartas, pues en la manada las ancianas encuentran su fuerza.
 Yo las espero. No puede ser que al final todo sea esto. A veces las sigo un rato o me aproximo sin levantar sospechas, como un espía del KGB en paro, para saber qué cuchichean. Porque ellas guardan algo. Sí, hace tiempo que lo sé. En los últimos días no solo hay campos sembrados, hay algo más. De no ser así, para qué trabajar, levantarse por las mañanas, hacer el café, lavar platos, sonreír en el autobús, planchar cuidadosamente el mantel tras la cena, cuando ya no sabes bien ni qué querías hacer hace unos años. Ellas son las guardianas de El Secreto. Incluso, a veces, siento la tentación de acorralar a una que ande separada del grupo y gritarle: «¡Cuéntame el secreto, cuéntamelo!». Pero sé que de nada servirá. Se reirá como para dentro y aspirará el viento sin decir ni una palabra, mirándome con ojillos de puercoespín. Así, me canso de seguirlas tantas veces, doy la vuelta a la manzana y vuelvo a subir a casa con esa vaga sensación de aturdimiento, sin el secreto que ellas guardan celosamente.

Esta mirada a las personas que ya han hecho su vida, también se destaca en el relato, El estanco:

«Las viejas vendrían a por caramelo y tarjetas de transporte. Algunas, pocas, con la boquilla pintada, buscarán con ojillos de pajarillo un mentolado. Un mentolado que les traería recuerdos de los años de bailes y susurros en la oreja. Aunque mis clientes preferidos, sin duda, serían esos viejos sin tiempo que miran como si todo les diera igual. Que miran como si el mundo entero fuera ya el comedor de su casa. Esos que fuman puros».

La cotidianidad, aparece reflejada en estos cuentos, no sólo en vivencias que compartimos por sentirlas cercanas a nuestra experiencia, sino por la aparición de esos nombres comerciales (de personajes, productos o empresas) que están por todas partes y nos guste o no, ya forman parte de nuestras vidas: OT, Bob Esponja,Lidl, Ikea...

Estamos ante la mirada de una persona joven , que se cuestiona el mundo en el que vive, esa lacra del paro y sus consecuencias, y que refleja la felicidad cuando se conseguido o se ha perdido.«El parque está casi vacío. Hay un tipo sentado en uno de los bancos, escondido tras un periódico, y un niño muy pequeño expectante, en una de las cestas del columpio, que hace rato ha dejado de balancearse».(...) «Pienso en los sábados que teníamos». (…) «Mi hija tiene otitis. Tantas volteretas y verticales dentro del mar, caramba. De imitarla, tengo la oreja taponada como una salida de metro. Hay que jugar con los niños, se nos dice». (…) «las mochilas en medio, no sea que un rumano se las lleve. Pienso que en los ochenta robaban los yonquis y que ahora el perfil es bien distinto y se llama Rajoy, el Papa, el fútbol, Mercadona». (…) «Luego, con la excusa de Cocó, nuestra perra, podré dar una vuelta, fumarme un cigarro y estar un rato a solas». (…) «A veces, pensar las cosas no sirve para nada. Pensar las cosas, buscar una salida razonada, es como negociar con uno mismo para que todo siga igual». (…) «Estoy en la calle. La noche huele a frío y a espacio abierto». (…) «la ciudad. Una nube alargada de luces centelleantes en un mar de oscuridad». (…) «Llego a la Ronda, aquí no hay un peatón, nadie. Las luces anaranjadas de los postes trazan una larga curva, una línea abombada que recuerda el meandro de un río grande. Los peces son esta infinitud de vehículos que pasan rápido, aúllan sus motores en la noche, dejan una estela de luces que se confunden a lo lejos».

Y perciban, sientan lo que se escucha por este patio interior de un edificio. ¿Quién no ha vivido estos domingos? «El calor de una noche de julio se cuela por las ventanas, se esparce y nos amuerma. Pasa el tiempo y los llantos se espantan, las barrigas se llenan y el lunes pesa, como cada domingo, cíclico y omnipresente. Y cuando cae la quietud que antecede a la quimera, como una hiedra que asciende mágica, los oigo a ellos. Sus leves jadeos, sus rápidas caricias, el estremecimiento ahogado de él, el canto libre de ella, desencadenado, atronador». (…) Y en ese patio hay, además: «luces de cocinas que se encienden y se apagan», como si se tratase de un juego.

Aparecen entre las páginas de este libro,los nombres de escritores que, probablemente, sean del gusto del autor: Baudelaire, George RR Martin, Kafka, Shakespeare, Bécquer..... También hay claras referencias al tiempo que les ha tocado vivir a los jóvenes: facebook, chats, y teléfonos móviles, y acaso esa soledad y ese aislamiento, que a veces hace difícil la convivencia en las familias.


Y entre medio de estos relatos realistas nos encontramos con otros relatos de tipo fantástico muy sugerentes. Algunas veces, no sabremos muy bien quiénes son esos seres, pero nos encantan.¿Acaso somos nosotros reconvertidos en otros? Disfruté mucho cuando leí en uno de estos cuentos la frase... «Era tal el silencio que hasta podían oírse las dalias artificiales abriendo sus pétalos» y lo escribo mientras miro el jardín de mi casa y vuelvo a sonreír. Hay algo de Phillip K. Dick en estos cuentos, especialmente, en la creación de la atomósfera. Esa mezcla sutil entre personajes y ambiente. Algo está pasando, pero qué... Y el escritor parece decirnos, "a lo mejor te lo cuento, pero sólo a lo mejor..." Como estoy segura de que un relato valdrá más que mis palabras, este, titulado Siesta, no mostrará este mundo fantástico y, a la vez, tan cercano a la realidad en los comportamientos y en nuestros propios miedos.


Siesta
 
Dejé el periódico sobre la mesilla, me moría de sueño. El sol de primera hora de la tarde me cegaba, así que me moví hasta la única sombra del jardín. Apuré el café y aplasté el cigarrillo en el cenicero. Una buena siesta sería mi salvación.
Me metí en casa para tumbarme en la cama de matrimonio y cerré la puerta. Se oía algún pájaro. La luz era una bendición que, lejos de calentar en exceso, me amodorraba sobre las almohadas. Cerré los ojos.
Me he despertado muy mal. Estoy temblando. Siento como si me hubieran cubierto con un manto de hielo. Es de noche, noche profunda. ¡Mierda! Pero, ¿cuántas horas he dormido? Es esta asquerosa vida, siempre con prisas. Y luego llega el sábado y estás reventado. He dormido una eternidad. Le doy al interruptor. Encima, no funciona. Esto me pasa por vivir apartado en una casita de una urbanización. En la ciudad, casi nunca se va la corriente. Tengo frío. Abro la puerta, el comedor parece un gran congelador. ¡Estoy harto! Me bajo a la ciudad. Dejo las maletas, lo dejo todo, y ya pasaré el próximo fin de semana a recogerlo. Quiero estar en mi cama, en mi piso, caliente, comerme una pizza y ver la tele, ¡cualquier cosa! Este despertar… No, no debería haber dormido tanto, me ha dejado mal cuerpo, como una sensación asquerosa. Salgo al jardín, cierro la puerta. Bajo, casi a tientas, hasta la calle. ¡Aggg! Mi cabreo ahora es monumental. El coche no está. Me lo han robado, ¡hijos de puta! ¿Y ahora qué? La impotencia me domina y me enreda, doy una patada a un pedrusco. ¿Y ahora qué? ¿Cómo vuelvo a mi piso? ¿Cómo bajo? Todo mi plan al traste.
Alzo la cabeza, esta noche la oscuridad es total. Una monstruosidad de nubes domina el cielo y apenas se ve nada. En la urbanización también se ha ido la luz, no veo ni una maldita ventana iluminada. ¡Baaahhh! El manto cerrado de la noche parece resquebrajarse, sobresale, entre los nubarrones, una pata de la luna y tras ella, medio cuerpo. ¡Dios! ¡Los árboles! ¡La montaña de enfrente! Ha desaparecido, es como si alguien la hubiera partido. Veo, pero no quiero ver. Las casas de mis vecinos..., están derrumbadas. En un momento de lucidez, me vuelvo y miro el chalet. Solo queda la planta baja, toda la segunda planta ha quedado despedazada, algo la ha arrancado de cuajo, algo la ha triturado. Madre…
Pruebo de respirar hondo, de tranquilizarme. Caigo en la cuenta de que no hay ningún coche en la calle, que el asfalto ha quedado pulverizado, fragmentado en pequeños cráteres. Sufro un intenso vértigo, todo se desploma. Me siento en el suelo, en medio de una enorme urbanización vacía. Me cubro la cara con las palmas de las manos. ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo he dormido?
Intento recapacitar. Mis padres murieron, estudié medicina, tuve un amigo llamado José a quien le gustaba montar enormes mecanos y con el que a veces iba a cenar. Dos niños y una niña, bueno, antes me casé y luego me divorcié. Trabajo, trabajo todo el día. Nada. Nada concuerda. Levanto la cabeza porque se oye un enorme zumbido en el aire, entre los cascotes negros del cielo aparece una enorme luz azul que desparrama energía, oscila, se detiene un instante y sale disparada a una velocidad sónica, hasta apagarse en el infinito. Miró a derecha e izquierda. Ahora me doy cuenta. Todo cuanto me rodea está helado y tengo un hambre atroz.
Pienso en mis hijos, en la que fue mi esposa. ¿Qué habrá sido de ellos? Allí, al fondo del valle, por donde se veían las luces anaranjadas de la autopista, todo es oscuridad. Esto, esto que ha pasado... Bajo al pueblo, a ver. Puede que allí esté todo bien, que estén todos. Un instinto nuevo me impulsa a correr, a correr cuesta abajo sobre el asfalto duro, roto y frío. Las piernas son dos inmensos muelles de acero, como si no formaran parte de mí. Descubro que soy muy veloz. Debe ser el hambre. Al llegar a la recta me percato de que el pueblo es una masa fantasmagórica, lo único que sigue igual son los plataneros de tronco ancho que flanquean la entrada. Sigo corriendo, el cansancio es algo que no existe. ¡Joder! ¡Tengo el corazón de un caballo!
Las primeras casas han sufrido los efectos de un cataclismo o lo que sea. No se ve a nadie, no se oye nada, no hay luz. Avanzo por la calle mayor. El estanco es un montón de escombros, al igual que la casa de los Gutiérrez, al igual que el videoclub, del que solo queda el rótulo naranja, desprendido de la fachada. Nada, no queda nada. Debería llorar, pero el calor abrasador que siento en las entrañas, el dolor en brazos y manos, me lo impide. Debo encontrar algo para comer. Troto hasta la plaza mayor. El campanario se ha partido y ha caído sobre el ayuntamiento. De las paredes encaladas de la iglesia queda un muro, detrás del altar. Poco importa, aquí al lado está la carnicería. Me dirijo hacia allí. La tienda ha sufrido menos desperfectos, siguen sus cuatro paredes en pie y parte de la techumbre. ¡Carne! Justo cuando me planto frente al escaparate, creo ver una figura reflejada en los vidrios rotos. Es una visión fugaz. Ahora esto, cuando tengo la comida cerca. Me he sentido amenazado, esos ojos brillantes en el cristal… Con prudencia, entro. Está todo patas arriba, un caos de latas y cajas de galletas, de botellas petrificadas, estanterías polvorientas y barras de pan heladas tiradas por el suelo. Mi olfato se inquieta, percibo algo que me provoca tembleques. Muevo sin darme cuenta la cabeza de lado a lado. Este olor. Es maravilloso.
Me lanzo al suelo y repto hasta esconderme detrás del mostrador vacío. Sobre la plaza del pueblo flota algo, una luz violeta muy intensa ilumina cada una de las fachadas derruidas. ¿Por qué me escondo? Eso que flota podría ser ayuda. Se oye un zumbido extraño, como un bombeo de aire o de algún tipo de líquido. Es esa máquina voladora. ¡No! No me van a cazar, mejor sigo invisible, aquí, cerca de este hedor que surge de alguna parte. El resplandor desaparece en un instante. Quiero ponerme de pie, pero me siento cómodo a cuatro patas, también. Reviento con los dientes una lata de judías, fabada no sé qué. No puedo, siento una náusea repentina. Frenético, destrozo bolsas de macarrones, lanzo contra la pared packs de yogures podridos, hasta que debajo de un montón de bolsas y cartones encuentro un gran pedazo de cordero. Abro mis fauces y desgarro la carne medio congelada. Era eso, ese olor. Me siento mucho mejor, hasta olvido qué era lo que me preocupaba, por qué sufría.
Se abre la puerta de la tienda. Aparece una figura extraña, una mujer de ojos fluorescentes, de piel lívida. Entra desnuda, dando un manotazo a la puerta, medio erguida sobre sus patas cubiertas de un vello tieso y blanco. Me levanto, agarro un gran cuchillo de carnicero, pesado y de hoja ancha. Quiero preguntarle algo, de dónde sale, pero de mi garganta surge un alarido atroz que me asusta. Me mira, y mira los restos del cordero. Se arrima, me husmea. Pienso en tajarla con el gran cuchillo, pero la sorpresa quizá, me lo impide.
Se acerca a mi cuello y me da un lametazo. Su lengua es áspera y caliente. Tras esto, agarra los restos de carne y se tumba a mis pies a comer. Mandan las entrañas, hay algo nuevo. Me estiro a su lado, rasco esa espalda curvada, transparente. Noto la dureza de su cuerpo tibio bajo mi peso y le doy un lametón, como muestra de buena voluntad. Ella me mira y ronronea, satisfecha. Marco los colmillos sobre su cuello, mientras come. Siento un gran placer al mordisquearla. En el exterior, ha vuelto el silencio. Pienso que todo el pueblo y el valle es nuestro, ¡el mundo entero!, para correr y cazar a placer durante una eternidad.

La última parte del libro, titulada Del extraño y fascinante mundo de Antigua Vamurta, la forman seis relatos más extensos que los anteriores y cercanos al mundo fantástico de la novela del mismo nombre. Estos son: El canto de Ulam, Las gargantas del Diablo. Taonos, Los pueblos del mar, La noche de Ermesenda, La mujer de nieve. Destaco un fragmento de uno de ellos para que puedan acercarse al mundo de Vamurta, aunque cabe señalar que cada cuento es autoconclusivo. Les dejo con un fragmento del primero:

«Tras una marcha que le pareció interminable, Ulam salió de la arboleda para alcanzar la senda del sur. El aire olía a grano quemando, a humo, a madera chamuscada. Inició, rápida, la ascensión del camino para llegar a la parte alta donde vería los campos sembrados y, en lontananza, los cubiles abigarrados de su aldea. Al llegar arriba divisó el pueblo en llamas, llamas que ascendían hacia el añil oscuro que antecede al crepúsculo. Jadeando, llegó hasta su casa, que era una pira centellante entre los muchos fuegos. Buscó y buscó sin encontrar a nadie. Incluso los pozos de los silos ardían, convertidos en enormes braseros a ras de suelo. Vio flechas y lanzas partidas por el suelo, clavadas en alguna pared que se había salvado del incendio, pero ni rastro de los suyos. Olor a muerte, silencio. Ninguna pista de su padre, nada. Los murrianos habían golpeado y desaparecido.
Ulam, presa de una infinita desorientación, volvió cerca de su choza. Allí se sentó sobre los hierbajos y empezó a tocar, sin importarle el tiempo, sin importarle lo que hacía. Lo que siguió, apenas lo recordaría. El tintineo de múltiples aceros en la noche, las voces graves de los hombres atraídos por la música de los ángeles. El destello de las llamas sobre las corazas de aquellos hombres grises que la contemplaban como a un milagro».

Espero que la semblanza de lo que contiene 37 cuentos para leer cuanco estés muerto, les acerque también al mundo de la novela Antigua Vamurta, de las que les dejo mi reseña.


Reseña de Antigua Vamurta:


La historia de Antigua Vamurta nos adentra en un mundo antiguo y fantástico en donde podemos reconocer influencias clásicas, medievales y renacentistas. Los nuevos mundos descubiertos, darán lugar a la Nueva Vamurta y al resto de las colonias.


El protagonista principal, Serlan de Enroc, es el heredero de Antigua Vamurta. Un hombre orgulloso, cruel por momentos, arrepentido casi siempre de sus actos, orgulloso y empecinado, que se debate entre su deseo de independencia y los deseos de la reina madre; entre la responsabilidad que se espera de él, y la que puede ofrecer dadas las circunstancias. Busca su lugar en el mundo que le ha tocado vivir y en la posición social en que se encuentra, la de heredero de la corona; y arrastra sobre su vida y la del lector esa sensación de agobio, a la vez que esa tenacidad no siempre sensata que lo obliga a afrontar el próximo acto.

En el momento en que suceden los primeros hechos, el conde Serlan de Enroc se halla convaleciente, mientras ve con desesperación cómo cae la muralla de la ciudad de Vamurta, ante el inesperado ataque de los murrianos. «Los dioses que tanto me han dado, hoy parecen negármelo todo» dice horrorizado ante la inminente derrota, mientras el tapiz que cubre el techo de su habitación de convaleciente muestra bordadas en finas hebras de hilos, las antiguas victorias de los «grises» sobre los pueblos «murrianos», cuando era su padre y no él, quien dirigía el ejército. Pero las tornas han cambiado. El destino es cruel. Si en el mural los hombres grises, a los que pertenece Serlan, traspasaban con sus lanzas a ese asustado «rebaño de murrianos que esperaba el sacrificio», fuera del palacio real, ante los muros de la ciudadela que tiempo atrás fuera inexpugnable, la imagen resulta escalofriante, se acercan los murrianos, altos, espigados, con extremidades terminadas en pezuñas. Avanzan sobre ciervos de combate y otros animales que también les sirven de ayuda, mientras sobre el campo de batalla aparecen, preparadas para el combate, las poderosas mujeres murrianas. Y todo hace prever la caída del sitio.

Dice el narrador:
« No podía apartar los ojos de aquel espectáculo ejecutado con absoluta precisión. El enemigo era un enorme hormiguero desplazándose en perfecto movimiento, deslumbrante, el metal de las armaduras arrancando destellos a las últimas luces del día». Porque el enemigo junto con el horror también puede causar admiración, cuando ya se intuye cómo la gente escapa por las callejuelas hacia el puerto con la intención de tomar una nave para escapar a través del Mar de los Anónimos hacia las colonias.

Y, en esa situación, ¿qué le pasa al joven conde Serlan de Enroc? ¿Qué siente ante su madre, la poderosa reina, y ante los hechos que se suceden a una velocidad de vértigo, precisamente cuando él se encuentra convaleciente? Creo o me parece intuir que, unas veces razona como si fuera Hamlet y otras como MacBeth, mientras intuye el negro abismo que se abrirá a sus pies separando el pasado y el futuro.

En la hora inminente de la derrota, las palabras de su madre Ermessenda clavan como puñales:

―Señora ―saludó el heredero haciendo una ligera reverencia.
―Esperaba a un enfermo y me encuentro frente a un soldado cojo ―dijo, con una imperceptible sonrisa en sus delgados labios―. Un soldado cojo es como un lobo herido. Sabes que te puede morder pero también sabes que ya no puede huir.

¡Qué buen diálogo! Ahí está, hasta el último instante, la lucha por el poder. El temor al vástago. El humillante final de la reina madre que está a punto de ver caer las que fueran,las más seguras e inexpugnables murallas de la Antigua Vamurta.

Sin duda, los nombres de calles y lugares públicos como la Torre de Oriente, la del Homenaje, el Templo de Onar, la Ciudadela Condal, el teatro Vajarta, la Plaza de los Boneteros, el Mercado de las Básculas, la Avenida de la Victoria, la calle de Los laneros, la Casa de los Curas, la rambla del este, el Bajador al mar, el puerto, y tantos otros lugares, nos acercan a las villas de un pasado histórico, que no por fantástico resulta menos evocador del pasado, y en concreto, con claras reminiscencias simbólicas a la ciudad en la que vive el autor, Barcelona.

Durante nuestra propia travesía como lectores de la obra, acompañaremos a algunos personajes, por ejemplo, al capitán Alvaro Telán, al médico Ermengol, a Dasteo (alférez del Batallón Sagrado de Vamurta), a Sara (hija de uno de los jefes de la falange) y al propio conde, hasta las Colonias en donde está Nueva Vamurta. Allí surgirán personajes como Leandra, Traeras, y gentes como los que integran las comunidades de los Puros, Hombres rojos, Vesclanos, Sufones, y los pueblos del mar. Tierras inhóspitas. Seres temibles como los que habitan en la misteriosa Tierra de los lagos, zonas en las que sólo el comercio impone su ávara paz de intereses, mientras otros personajes como Arisas, Tzerso, Montal quedan en Antigua Vamurta y su presencia allí, nos permite conocer qué ha sido de la vida de los habitantes de Antigua Vamurta tras la victoria de los murrianos.
Y en el centro de esta historia, el conde Serlan de Enroc, un hombre entre dos mundos, unido de un modo necesario y diferente en cada caso a Ermessenda, la reina, madre; a Sara, la joven adolescente hija del veguer; y a Leandra, la mujer más poderosa de Nueva Vamurta, la que habita en Villalaia, y es temida por todos.

Personalmente siento interés por conocer cómo continuará la historia. Quiero saber en dónde acabará sus días el conde Serlan de Enroc, qué será de la vida de Sara, y a dónde arrastrará la pasión y el poder a Leandra. Y todo esto, aún más allá de mi interés por saber qué será del resto de los pueblos implicados en esta historia.
Por último, añadiré que he disfrutado del papel que ocupan las mujeres en este relato. Porque la visión que el autor vuelca sobre ellas, nos permite conocer mejor el mundo que habitan. En cuanto a los personajes masculinos, aunque una gran mayoría asumen el papel de guerreros de malla de cota y espada, están enriquecidos por sentimientos que los hacen dudar del mundo en que viven.
Valga todo lo dicho para el presente volumen, y para el resto habrá que esperar a la edición de Antigua Vamurta II.


El autor:

Igor Kutuzov, es un poeta. Esta característica da un toque diferente a su narrativa. Acostumbrados como nos tienen a la pobreza léxica y de imágenes, él todavía nos abre una ventana diferente al mundo. Ya lo hizo en Épica Vamurta. Allí, Enroc nos resultó una mezcla de Hamlet y McBetch, un héroe especial y como todos los buenos héroes: dramático.

VISITA EL BLOG DEL ESCRITOR EN EL SIGUIENTE ENLACE
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Nota: mi agradecimiento al autor por su autorización para la publicación en este blog de sus relatos.

8 comentarios:

  1. Con ese título, ya me picó la curiosidad XD

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  2. Un crítica muy completa. Poco más puede decirse que invite a la lectura de este escritor. Apetece, apetece. Muy bien.

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  3. Muchas gracias Emma y Aina por dejar vuestros comentarios.
    Saludos.

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  4. Es un placer haberte encontrado a traves de FB
    maravilloso tu blog

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  5. Muchas gracias por tu visita. Un abrazo.

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  6. Enhorabuena por la reseña :) Coincido, Igor es ante todo un poeta, y busca ritmo e imágenes, y te transporta a través de ellos.

    Me encantó la "Siesta". Espero que tenga mucha suerte con sus publicaciones, y que nosotros lo veamos.

    Gracias por mostrarnos algunos relatos, y por la perspicacia en la crítica.

    Un saludo :)

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  7. Gracias a ti, por dejar tu comentario. El cuento que indicas es muy bueno. Yo lo leí por primera vez en su blog, hace ya tiempo, y me impactó.
    Y tiene algo muy positivo el autor, y es que, escribe lo que quiere, sin dejarse llevar por modas. Lee autores clásicos, y eso se percibe enseguida.

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