miércoles, 29 de agosto de 2012

LOS LIBROS DE J. D. LISBONA





Entrevista: Pilar Alberdi

¿Quién es J.D. Lisbona?
Diría que soy un escritor a tiempo parcial. Generalmente novelista, aunque a veces me gusta tocar otros formatos como el cuento, el guión cinematográfico o el guión de cómic. Mi afición por escribir me llevó a estudiar la carrera de Periodismo, y luego mi vertiente creativa me hizo derivar hacia el diseño gráfico. Mi otra gran pasión, cuyo descubrimiento tengo que agradecerle a mi mujer, son los animales. El resultado de ésta es una gran familia de nueve hermanos cuadrúpedos, cinco perros y cuatro gatos rescatados de la calle, en torno a los que gira mi vida.
Contando historias llevo la friolera de veintidós años, de los cuales buena parte los he dedicado a aprender las bases del oficio con obras que hoy no me atrevería ni a mencionar de pasada. Pero supongo que esto forma parte del negocio. Y, de hecho, no asumí que era escritor hasta que en 2007 una editorial se interesó por uno de mis trabajos y publicó La redención de los ángeles caídos. A raíz de ahí han ido surgiendo más proyectos y ahora, con la posibilidad de la publicación en Amazon, he podido de sacar a la luz dos obras más: La leyenda de la pirámide invertida y El reflejo de un extraño.


En general, la temática de tus obras va de...
No tengo un género fijo y, generalmente, me gusta combinar más de uno en cada novela. Si La redención de los ángeles caídos es un thriller de misterio, la siguiente que escribí —La leyenda de la pirámide invertida— toca los géneros de aventuras y ciencia ficción. Y después de ésta vino El reflejo de un extraño, que es una incursión en la novela negra clásica.


¿Qué te llevó a escribir esta obra?
Creo que cada nuevo proyecto es el resultado de una evolución de los anteriores. Como dar otra vuelta de tuerca asumiendo retos distintos. Con El reflejo de un extraño quería bucear en la psicología de un personaje; crear una novela que fuese un viaje al interior de la mente humana, que es el mayor de los misterios al que podemos enfrentarnos. Esto me llevó a plantear por primera vez una forma de construir la obra radicalmente opuesta a como venía haciendo, pues el argumento tenía que estar al servicio del personaje y no al contrario. Por otro lado, tenía ganas de probar el género negro. Así que la combinación me pareció ideal: la novela negra es perfecta para acoger personajes psicológicamente atractivos, confusos. Y pensé que sería entretenido, desde el punto de vista del lector, ir descubriendo los secretos que guarda la mente de Darío Varnet, su protagonista, a través de un juego de intriga.


¿Qué autores te influyeron o prefieres? ¿Cuáles de sus obras te gustan?
Siempre he sido un apasionado del terror. En la adolescencia descubrí, cómo no, a Stephen King. Otra constante en mi biblioteca ha sido la obra de Michael Crichton. Pero también me han marcado en cierta medida autores como Hjotsberg (Corazón de ángel), Peter Blatty (El exorcista, Legión) o Pérez-Reverte (El club Dumas, La tabla de Flandes). Pero no sólo tengo influencia de novelistas. Pertenezco a una generación que creció con el cine y con los cómics, de modo que no puedo olvidar la huella que me han dejado autores como Robert Towne (Chinatown) o William Friedkin (The French Connection) en guiones para la gran pantalla, y Alan Moore (Watchmen) o Frank Miller en viñetas.


Cuéntanos un poco de tus otros libros
La redención de los ángeles caídos es un thriller que alterna aventuras, terror y suspense a lo largo de diversas épocas y escenarios de la Historia, y que sirve de marco para el análisis de la existencia humana. En ella, Ángel Solves, un escritor que ha visto cómo los pilares que sustentaban su vida se han ido desmoronando tras la muerte de su hermano gemelo, recibe el misterioso legado de un desconocido que acaba de suicidarse: una cartera de piel avejentada en cuyo interior, entre cartas y dibujos datados en varios siglos de antigüedad, se halla la biografía de una mujer cuya longevidad desafía las leyes de la Naturaleza. Atrapado por su inquietante historia, Ángel inicia una investigación acerca de la originalidad y procedencia de dicho relato, cada vez más convencido de que su enigmática protagonista no sólo sigue viva, sino que su presencia se oculta tras la muerte del suicida, envuelta por un tenebroso secreto. Sin embargo, todas las pistas le irán conduciendo inexorablemente a la resolución de otra incógnita: ¿Por qué ha sido él, precisamente, el destinatario de ese legado? Acompañado por una investigadora y con la ayuda de un inspector de policía obsesionado por el caso, el escritor se verá inmerso en una pesadilla en la que hallar el sentido de su propia existencia acabará resultándole vital para salvarse.
La leyenda de la pirámide invertida combina aventuras, intriga y acción en un viaje que propone explorar algunos de los misterios del Universo en el que vivimos. En la primera parte de la novela nos adentramos en la lectura de El Libro de Qustul, un curioso manuscrito hallado a comienzos del siglo XX en unas excavaciones en el desierto de Nubia, que formó parte hasta su destrucción de una serie de piezas insólitas catalogadas por los expertos como “oopart” —objetos fuera de su tiempo—. Narraba la historia de Mâlik, un guerrero persa que participó en la conquista de Egipto en el año 525 antes de nuestra era y que, a su regreso, se vio envuelto en una fantástica odisea cuya repercusión trascendería al devenir de los tiempos. El libro supuso un enigma en sí mismo al ser datado oficialmente hacia el siglo V antes de Cristo. Una fecha sorprendente teniendo en cuenta que sus páginas estaban escritas en inglés…
La segunda parte de la obra se desarrolla en la actualidad, donde un equipo de arqueólogos financiados por la Corporación Nethuns, dedicada a estudios de cosmología y de mecánica cuántica, pretende desenterrar en Nubia un templo milenario localizado gracias a los datos aportados por el Libro de Qustul. Bajo aquellas arenas les aguardan revelaciones asombrosas acerca de la evolución y el destino de nuestra civilización, así como un tesoro protegido por una fuerza sobrenatural.


¿Nuevos proyectos?
Entre mis proyectos actuales hay dos novelas. Una policíaca con tintes de género negro ambientado en el Madrid de los años 80 y un drama de terror donde, por primera vez, me atrevo a abordar este género que, por otra parte, es el que me incitó a empezar a escribir.

Gracias J. De Lisbona. Y ahora para los lectores de Sobre literatura fantástica dejo aquí tus datos de contacto y tres fragmentos de tus novelas.

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Fragmento de La leyenda de la pirámide invertida



“El techo del corredor resultaba tan bajo que un hombre no cabía erguido por él. Unas horas antes, el equipo de arqueólogos había accedido a las cámaras interiores por aquel mismo conducto, pasando por turnos de rodillas. Pero entonces nadie tenía prisa y todo resultaba mucho menos claustrofóbico. La diferencia con el momento actual radicaba principalmente en que el camino era de regreso, que todo el equipo había muerto en el interior de aquel lugar y que un ruido escalofriante avanzaba vertiginosamente tras el único superviviente de aquella catástrofe, quien ahora se deslizaba clavando las rodillas por el suelo del exiguo pasillo, jadeando como un perro.
(...)
Cuando se encaramó al final de la escalera, una amplia cámara apareció ante sus ojos. La luz del sol penetraba por el techo, no demasiado elevado, desde el hueco por el que se descolgaba una larga cuerda salteada de nudos marineros. Aquella había servido de entrada al interior, y ahora la arena caía por la oquedad como una pequeña cascada. Fitch se aferró a la cuerda y, a pulso, comenzó el ascenso. Intuía que pronto toda la arena cubriría la estancia y acabaría por taponar su única vía de escape, sepultando a quien permaneciera dentro.
Alternando las manos, las piernas en ele y los pies cruzados alrededor de la gruesa soga, alcanzó pronto la cima y su cabeza recibió de nuevo el impacto de la libertad. El sol abrasaba y el viento, árido, soplaba sin clemencia levantando la arena. Fitch tuvo que cerrar los ojos para que ni la luz ni las partículas que se proyectaban como balas lo cegaran. En un último esfuerzo, se impulsó con ambos brazos en el suelo desértico y logró encaramar el resto de su fibroso cuerpo.
El aire se endiabló como si aquel acto supusiese una afrenta contra la Naturaleza y el magnate se vio obligado a gatear luchando contra Su furia, que parecía pretender empujarlo nuevamente hacia el interior.
El desierto se cernió sobre la abertura en cuestión de segundos, cubriéndola por completo hasta crear un montante sobre ella. Fitch, finalmente, no pudo sostenerse y se abandonó a merced del viento, pero éste no tuvo por donde devolverlo a las entrañas del templo.
Cuando el aire amainó, Nathan Fitch se hallaba bajo una capa de arena en medio de una explanada rojiza. No quedaba ninguna prueba de que alguna vez alguien hubiera realizado allí unas excavaciones; ni máquinas, ni cintas delimitadoras, ni utensilios de ningún tipo. Ni tan siquiera quedaban las tiendas de campaña que el equipo utilizara como base de operaciones. Todo había quedado sepultado.
El hombre apartó la tierra que lo enterraba, tosiendo, y, tras ponerse en pie, acabó por sacudirse la ropa y el cabello. Sus ojos resaltaban bajo la fina capa canela que lo recubría como a una de aquellas piezas centenarias que los arqueólogos rescataban de las cárcavas. Se miró el pecho, sobre el que colgaba el medallón robado hacía escasamente unos minutos y que había desencadenado aquel desastre: una alhaja de metal circular con extraños grabados que circundaba una piedra de ámbar. Después tocó el bulto que sobresalía por su espalda, bajo el cinturón, en una comprobación rutinaria de que todo lo que le importaba continuase a buen recaudo. Levantó su camisa y extrajo el libro del profesor, atado con aquella peculiar cinta de cuero. Lo observó durante un rato, acariciando la piel de la encuadernación con una sonrisa esbozada bajo la barba arenosa y, finalmente, alzó la vista y contempló el paisaje.
Lo había conseguido".

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Fragmento de La redención de los ángeles caídos


"Soñé.
Mi sueño comenzaba en un mar tranquilo dorado por el sol otoñal. Se deslizaba suave hacia la costa, besaba y acariciaba la orilla y se perdía hacia el interior, como absorbido por sí mismo. Las rocas, templadas, se humedecían constantemente con sus salpicaduras y bebían del agua salada y transparente. Sobre ellas, un pavo real de inmaculado plumaje oteaba pacífico el horizonte azulado, sin inmutarse por mi presencia cercana.
Las nubes paseaban con rumbo fijo, tan blancas como la espuma de aquel océano, infatigables. Los cristales dorados flotaban en la superficie, brillantes, y a través de ella veía a los peces de colores bucear a favor de la corriente. Mientras, hojeaba desinteresadamente un libro cuyo título desconocía, de pastas ajadas por el tiempo.
En mi sueño, una voz cálida y profunda me explicaba algunos pormenores de la vida mientras relataba mi pasado quitando importancia a aspectos que me consternaban. Me hablaba de los momentos, de lo bello que es vivir cada instante como si fuera el último.
Soñé. Y en mi sueño me moría. Y supe que aquella era la voz de mi creador. Una pena manifiesta se apoderó de mí. Le recriminé por haber creado un mundo imperfecto a su imagen y semejanza y, por tanto, por su propia imperfección. El pavo real se fue alejando indiferente a todo lo que le rodeaba. Lancé el libro al mar con furia y le seguí, quizá atraído por su belleza, perdiendo así la voz de Dios que me llamaba desde la lejanía.
Un sueño es precisamente eso, un sueño. No quise darle importancia tras aquel despertar pesaroso e inquieto. Sin embargo yo había interpretado sueños de otra gente, en agradables veladas en las que se trataban temas inocuos y despreocupados. Incluso, mucho tiempo después, una psicóloga me ayudaría ampliando mis conocimientos. Había teorías, desde luego que las hay, pero si son ciertas han de ser por pura casualidad. La simbología de los sueños pertenece al nivel consciente y cultural de los seres humanos, ni siquiera hay reglas fijas para grupos de personas; en definitiva, el mismo sueño sería para mí una cosa y para otro, otra muy distinta. En lo que sí creía era en los mensajes que nuestro subconsciente lanza mientras dormimos. Porque si algo ocupa mi cabeza durante el día, pudiera ser que mi nivel inconsciente lo captase de forma distinta a como yo lo veo. Quizá se diera cuenta de estímulos que mi conciencia pasa por alto. Así entendí que el libro que lanzaba al mar con rabia pudiera representar una Biblia, ya que Dios en aquel sueño me había fallado; no había cumplido con mis expectativas.
Me levanté de la cama con la desagradable sensación del sudor enfriándose sobre mi espalda. Eran las siete de la mañana y afuera aún no había despuntado el sol. Me dirigí al cuarto de baño y entré en la ducha. ¿Por qué Dios no había cumplido con mis expectativas? —continué reflexionando mientras el agua cálida resbalaba por mi piel—. Hacía ya tiempo que le había culpado por arrebatarme el alma. Aunque Él directamente no lo hubiera hecho, mi hermano gemelo, el hombre que había nacido conmigo, había fallecido en un accidente. Y con él se marchó ella, dejándome sumido en un abismo del que creí no poder salir jamás. Sin embargo lo logré; como un ave fénix resurgí de mis propias cenizas, aunque ya nunca llegara a ser el mismo. Jamás supe si me había convertido en alguien mejor o peor, pero claramente no me sentía igual. Mi nueva alma había llegado del aire, seguramente, y a él pertenecería. Consideré que me habían crucificado, como a Su hijo. Y había preguntado por qué a mí, si no lo merecía, o eso pensaba, y ahí fue cuando comencé a plantearme la dicotomía entre el Bien y el Mal. Quizá Dios no tuviese la culpa; quizá yo me había alejado en aquel momento de Él y ahora me estaba llamando de nuevo.
Al salir de la ducha me vi reflejado en el espejo, parcialmente cubierto de vapor. Mis ojos se habían oscurecido con los años y cada vez se me asemejaban más a dos pequeños agujeros negros. A pesar de mi juventud, sentía que tenía muchos más años de los que mi cuerpo aparentaba. Tantos que, en ocasiones, creía siglos.
Me vestí y entré en mi despacho: una habitación pequeña con dos librerías en las paredes donde había colocado mi biblioteca particular. Al fondo, bajo la ventana, un escritorio con un ordenador y poco más. Utilizaba la alcoba para trabajar y como sala de lectura. Junto al ordenador reposaba un manuscrito de valor incalculable, cuidadosamente oculto y protegido en una cartera de piel antigua. Cuando mis ojos repararon en ella, un resplandor iluminó mi mente: la piel era indudablemente la misma que forraba el libro lanzado al mar. Me acerqué y pasé mis dedos por ella. Experimenté una sensación familiar, reciente. ¿Y si el libro ahogado no simbolizaba la Biblia? ¿Y si representaba precisamente aquel manuscrito?
El timbre del teléfono me sacó repentinamente de ese letargo e hizo que me alejara de la cartera. Al otro lado del hilo una voz masculina preguntó por Ángel Solves. Respondí que era yo y se identificó como Miguel Abad, inspector de policía. Quería que nos viésemos cuando tuviera un hueco libre durante el día, así que le cité lo antes posible. Desde el principio había sospechado que más tarde o más temprano algún policía se pondría en contacto conmigo. Y el momento había llegado.
Me puse el abrigo y salí de casa".

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Fragmento de El reflejo de un extraño


"Desde el salón se divisaba una parcela de playa. Me detuve ante la puerta de cristal que daba al porche, sin abrirla, y contemplé el mar. ¿Cuántas veces lo habría hecho durante mi infancia? Era incapaz de hacerme una idea. Pero se veía tan idílico, mezclado con el tono grisáceo del día, que dudé que alguna vez hubiera podido no interesarme. La estancia contaba con un televisor Grundig de los años ochenta y un mobiliario de aquella época. Era como regresar al pasado. Allí dentro, el mundo había dejado de girar. Olía a mar, y a madera. Olía a cerrado, pero también a angustia. El sofá frente al televisor y una mecedora encarando la playa, tapizada en rojo, parecían invitarme a recordar. El decorado me provocó un escalofrío que me hizo estremecer, persistiendo su eco durante un tiempo mientras encendía un cigarrillo. Era miedo lo que me transmitían aquellos olores y aquellas vistas. El miedo a una parte desconocida de mi vida; a mí mismo. En la librería aún se sostenían viejos marcos con fotografías. Imágenes congeladas de mi padre, un hombre de aspecto rudo y mirada cansada a través de sus ojos diminutos. “Ya estoy en casa…” escuché decir a una voz grave desde la lejanía. El pelo le crecía, lacio, por los laterales de la cabeza: un cabello fino y oscuro que le hacía aparentar más edad de la que tenía. Lo estudié detenidamente. Estaba situado frente al mar en aquella instantánea, al lado de un adolescente en el que me reconocí. Me aferraba con su grotesca mano a modo de garra por uno de mis escuálidos hombros, rodeándome con su brazo fibroso. Sonreía de manera estúpida y forzada. No era el tipo de persona que sonríe ante una cámara; ni ante la vida. Quizá sea esa una cualidad de los hombres duros, como la ausencia de llanto. Sin embargo, se esforzaba por mostrar una felicidad falsa, inexistente. “Mira a la cámara, Darío… ¿Estáis preparados?” —la voz de Elena sonó más próxima que la anterior—. Yo, por el contrario, parecía mucho más honesto. Mi expresión seria, lacónica, delataba la adolescencia de un mártir.
Logan Varnet era pescador. Un marinero. Y posiblemente un hombre tosco de escasa cultura. En esos momentos, en el salón de mi antigua casa, no recordaba si había sido buen padre o no; sólo sabía que había sido mi padre. Selman me había dicho que zurraba a mi madrastra, y posiblemente también a mí. Así que no; Logan Varnet no debió de ser un buen padre, aunque fuera mi padre. Y mientras exhalaba una bocanada de humo ante la fotografía, volví a verlo destripado sobre la cubierta de un barco, el agua de una manguera dispersando su sangre como se hace con aquellos grandes peces que se pescan en alta mar. Pero esta vez ya no sentí ganas de vomitar. En su lugar, aquella voz lejana y varonil de mi viejo volvió a hablar: “¿Por qué no me esperas en tu habitación, Darío? Hay una cosa que quiero enseñarte”. ¿Quién lo habría asesinado? —me pregunté—. ¿En qué lío se habría metido para que les hicieran algo tan macabro a los dos?
Descubrí una foto de Elena Castel junto a un tocadiscos, al otro extremo de la librería. Me pareció una mujer atractiva. No era mucho más joven que mi padre y reflejaba la misma mirada de tristeza latente que yo. Estaba sentada en el porche, sobre la mecedora tapizada, la cabeza ladeada hacia la cámara como si en el último momento la voz del fotógrafo la hubiera despertado de una ensoñación. Era el tipo de mujer que pierde su tren y se sube al primero que pasa; uno que, paradójicamente, va siempre donde ella nunca debería ir. Y lo peor de todo es que es consciente de ello, pero ya es demasiado tarde. Elena Castel tendría que haberse quedado en aquella tasca de pescadores y haberse casado con aquel marinero al que mi padre envió al hospital. O quizás no: igual podía haber sido rescatada de su vida de mierda, pero por otro hombre. Sin embargo eligió mal, y lo pagó con la muerte.
Había más marcos, pero no tengo nada que destacar de ellos. Sus imágenes retrataban bastante bien la descripción que me había dado el detective: personalidades abocadas a una desgracia que acabaría con sus vidas de forma macabra. Quizá si alguien los viese desde fuera, sacaría otra impresión. Pero yo los miraba con los ojos empañados por lo que sabía; por lo que me habían contado. Puede que estuviera sugestionado, quién sabe. O puede que, en verdad, en el fondo de mi mente supiera más de lo que recordaba".

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9 comentarios:

  1. ¡Cómo siempre una maravillosa entrevista! No conocía a este autor, pero pinta genial. ¡Lo apunto en mi lista de próximas lecturas!
    ¡BESOSSS!

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  2. Muy buena entrevista. Felicidades. En otros tiempos hubiera dicho "salgo corriendo a buscar tus libros en la librería". Ahora me voy al enlace de Amazon. Más fácil.

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  3. Tienes razón, Marlene, leemos más y a precio justo. Y aquí sí que decide el lector y funciona el boca oreja.
    Besos.

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  4. Ja,ja, Marlene, es cierto! ahora comprar es cuestión de un clic!
    Muchas gracias, Pilar por darnos a conocer autores tan valiosos.
    Un beso, amiga1
    Blanca

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  5. Tienes razón, Blanca, está demostrado que en Amazon hay autores muy valiosos.
    Sólo era una cuestión de tiempo que los descubriésemos y ese tiempo llegó.
    Un abrazo.

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  6. Es un libro magnífico, totalmente recomendable.

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  7. Muchas gracias por tu comentario.
    Un cordial saludo.

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  8. Muchas gracias por tu comentario.
    Un cordial saludo.

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