martes, 2 de agosto de 2011

REFLEXIONES SOBRE CONCURSOS LITERARIOS



Por: Pilar Alberdi
Fotomontaje: Pulo

Mientras doy casi por terminada mi participación en calidad de jurado en un concurso en el que he leído más de doscientos cuentos y aún estoy a la espera de que me lleguen los últimos, comprendo lo difícil que es ser jurado y el tiempo que ocupa. Por eso, quien quiera hacerme creer que alguien se lee cientos de novelas largas que llegan a un concurso de los que se pasan por la televisión a la hora de los telediarios, tendría gran trabajo en convencerme. Quien pretenda, además, que hojeando las novelas, es decir, viendo sólo unas páginas del principio, medio y final se hacen una idea de lo que hay dentro, aún más. Porque con ese tipo de criba, muchas novelas que hoy consideramos clásicas nunca habrían sido publicadas.

Lamenté siempre que quien se otorga el derecho (Consejalías de Cultura de los Ayuntamientos, editoriales...) a decir que dispone de un «comité de lectura» no ofrezca una lista con los nombres, las edades, las profesiones y los conocimientos y aptitudes en el ámbito literario de las personas que lo integran. (Hay honrosas excepciones, desde luego, como la que se da en el Premio Felipe Trigo de Novela corta y larga, en que cada año se dan los nombres de las personas que integran cada comité seleccionador, además de hacerce público el jurado).

En algunos concursos se dice que no se admiten trabajos con faltas de ortografía. Un miembro del jurado puede ver defectos de sintaxis y faltas de ortografía y le bastará con indicarlas en su informe, pero si al mismo tiempo puede señalar que la obra es maravillosa... ¿De qué lado se inclina la balanza? Sin duda, del de la creatividad… Para las faltas de ortografía están los correctores y también las imprentas y editoriales responsables que no permiten que nada suyo salga con menoscabo para sí misma y sobre todo para el autor. Del autor, lo primero que tenemos que esperar es originalidad.

Recuerdo un concurso donde se proclamaba en las bases que se descartarían los trabajos que no se presentasen encuadernados con canutillo metálico, y supongo que lo seguirán anunciando así. ¿Es que todos los escritores tienen que tener dinero para pagar ese tipo de encuadernación? ¿En todas las papelerías de los pueblos hay ese servicio de encuadernación? Quizá sólo tengan canutillos plásticos… Pienso en los autores españoles, pero también en los latinoamericanos que concursan en España y para quienes conseguir aquí una mención o un premio es importante. Sin embargo, qué difícil cuando al coste del papel hay que sumar el plástico transparente de la tapa, el cartón de la contratapa ,el alto coste del envío postal... y, ¡faltaba más!, el dichoso canutillo metálico. Y esto sin olvidar esos concursos que piden varias copias de novelas largas que pueden llegar a tener hasta 500 o más páginas cada una.

No faltaban antes, pero es que ahora sobran concursos en los que en la novela o el relato hay que incluir obligatoriamente una marca comercial, por ejemplo, de coche. También los hay que aprovechan el certamen que convocan para dar promoción a su empresa: hoteles, inmobiliarias, restaurantes, cafeterías, clínicas... Y no faltan los que pretenden que el concurso sirva a los fines de resaltar un pasado histórico, un pueblo, una región o una lengua. Derechos los de todos, desde luego, pero a nosotros como escritores es a los que nos toca elegir adecuadamente y con las mejores garantías el concurso al que nos vamos a presentar.

Los hay, y esto sí que no lo recuerdo en el pasado, concursos cuyo tema es una enfermedad.

Y, por supuesto, abundan los que asegurando tener un jurado, jamás dan los nombres de sus integrantes. No resulta extraño, pues, que existan por la red algunos blogs en los que se analizan resultados de concursos, y posibles relaciones entre el jurado y los ganadores. O que estos temas salten como liebres por los foros.

El envío por e-mail, al abaratar los costes, permite también una alta participación de personas que ni siquiera son escritores, y llamo escritores a quienes con firme convicción dedican parte de su tiempo a esta tarea. También he comprobado que son muchas las obras tomadas descaradamente de páginas de Internet en donde se publican textos literarios, por lo que la búsqueda de los cuentos presentados a un concurso exige por parte de los jurados o de los organizadores una búsqueda a través de la red. Sin evitar esto, que aparezcan otro tipo de plagios tomados directamente de libros o revistas editadas en papel, y ante los que los jurados, poco podrán hacer.

Y ya para no extenderme, quisiera comentar lo ambiguas que pueden ser algunas bases de concursos. Por ejemplo, siempre hay que tener en cuenta que si el texto dice que la obra «podrá ser editada» los organizadores no están afirmando que lo será, sino que es una posibilidad. Si ya es difícil que se publique en ese caso, también lo es cuando se afirma que la obra ganadora será de obligada publicación, representación (en el caso de textos teatrales) o filmación (guiones). Porque puede resultar que quien ha escrito la obra se vea en la necesidad de reclamar una y más veces sus derechos a los organizadores del certamen, y obtenga a cambio un variado ramillete de excusas.

Antes no había blogs, y teníamos que concursar. Buscábamos medios donde publicar, y éramos felices si los conseguíamos. Ahora hay blogs, y la queja es pública. Y está bien que así sea.

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