viernes, 19 de abril de 2013

ULTIMOS DÍAS EN EL PUESTO DEL ESTE




Últimos días en el Puesto del Este de Cristina Fallarás

Una novela en tiempo futuro que puede ser hoy y que abarca diez noches del año 2014 y el relato final de 2016.


Sinopsis:
Una mujer, la Polaca, sitiada con sus hijos y un pequeño grupo de resistentes. Su compañero, el Capitán, ha partido por vituallas y aguardan su regreso, cada vez con menos esperanzas. Los fundamentalistas —no sabemos exactamente quiénes son, aunque sí sabemos lo que son— han despedazado el mundo que conocemos y rodean la casa. Permanece cerrada, pero los sitiados pueden oír afuera la amenaza, los gritos en la noche, las uñas de los perros, los sacrificios. Mientras espera el desenlace ella construye con su voz un relato de amor desesperado, de rabia y de muerte.
Con un lenguaje, duro y febril, Últimos días en el Puesto del Este resulta un retrato poderosamente lírico de nuestros días, una metáfora de la hecatombe que la crisis ha instalado entre nuestras certezas.


Últimos días en el Puesto del Este

Reseña: Pilar Alberdi

«Los bárbaros estaban a las puertas, los bárbaros, obedientes, sumisos». Cristina Fallarás

Ya desde el inicio de la novela, La Polaca nos dice «no jugaré el juego de los bárbaros», pase lo que pase, aunque mire y a su lado vea a «los niños, que siguen esperando junto a la mesa su ración de costumbres, su normalidad», aquello que todos los niños quieren, pese al abandono de su pareja, la fatalidad de las circunstancias, se repite: «porque el sacrificio es una especie de claudicación en mi cabeza, el sacrificio es una pérdida de tiempo», pero el sacrificio le ha sido impuesto, le ha caído como una lanza, de golpe, y la historia de esta mujer que se interroga e interroga al pasado busca respuestas que no siempre logra hallar y, muchas veces, ni siquiera considera acertadas. ¿Realmente amó al Capitán, ese hombre que llegó de América del Sur que cuenta antiguas batallas de combatientes? ¿Lo amó tanto como a ningún otro hombre? ¿Le permitió lo que a otros hubiera negado? ¿Qué tuvo que aceptar a cambio de esa pasión y ahora qué queda de ella? «Entonces tú me mirabas sólo una chispa, lo justo para encenderme». «A medida que te escribo todo esto, se me coloca en el paladar el sabor exacto del vino de aquella noche».Las preguntas se suceden en el texto y si unas veces las responden las palabras, otras el silencio, ese espacio de mutismo sonoro, ese intuir cuándo hay que hablar y en qué momento es mejor callar, que también van aprendiendo los niños, mientras se sueña con los pequeños placeres perdidos, el amante, los viajes, el sentido de la vida, los pequeños lujos que ya no existen, mientras se ve llegar la miseria y la zozobra que avanza sobre la casa, junto a esas gentes que amenazan con entrar para llevarse, entre otras muchas cosas, las vidas de quienes la habitan, porque hasta su miseria quieren. «Se hizo el silencio que no hay que romper» porque el dolor o el recuerdo lo agudiza. Silencio que interumpen, recelosos los del otro, lado, ellas, pero también ellos, los bárbaros, más sus secuaces, esos «gobiernos mudos», el «silencio internacional». Porque hasta una rata ha adquirido su valor, al recordarnos que se la puede comer. Esa connivencia del poder con la imposición del terror, la falta de derechos, la indigencia y la muerte. «Se encarnizaron desde el principio con Europa, era de esperar. Yo qué sé, si en realidad nada era de esperar, todo sucedió inesperadamente». He ahí como nace el trauma, de esos golpes inesperados a las personas, a las familias, las ciudades, los estados, así nacen exáctamente los traumas, con un golpe casi mortal que lastra esencia de vida y condena a morir, a ser un sobreviviente, o a luchar si se tiene valor. Y, entonces, nos damos cuenta de que, quizá, conocemos esta realidad, la del desalojo de esa casa, la de la venta de lo que tenga algo de valor para sobrevivir un día más, la de estirar las horas con una lectura de libros muy queridos que se han podido salvar. Acaso la hayamos vivido en nuestra vida, o la estamos viendo en la de los demás. De repente, creíamos tenerlo todo, de repente nada. Estamos ante el ultraje, el sometimiento y la la humillación, pero también la renuncia o no a aquello que uno cree más suyo: su inteligencia, su honestidad. Es, sin duda una obra trágica, que se puede entender como un mundo más allá de nuestras vidas o en esta.
Desde mi punto de vista, hay referentes literarios claros, como el poema Esperando a los bárbaros de Konstantino Kavafis, la novela El desierto de los tártaros (1940) de Dino Buzatti (1906-1972) y la deudora de esta, Esperando a los bárbaros de Coetzee.
¿Qué se puede hacer, que posibilidades hay si uno logra escapar de esa guerra, de esas listas de muertos, cómo se puede huir de esa situación límite que ha sido impuesta? La casona se va cayendo a pedazos, los andrajos comienzan a cubrir los cuerpos. ¿Cómo lo conseguirá esta mujer, esos niños? ¿Quiénes han logrado escapar, quiénes lo conseguirán todavía? Es un asedio en toda regla. Hay en esta obra un tono lírico y dramático, y por lo sentimientos que expresa La Polaca, hay una relación directa con las mujeres con la sociedad (sus congéneres, el patriarcado) y el Estado (representación de quien impone la ley), es decir con la mujer, en todas sus vertientes. Y con aquella gran literatura, que supo mostrárlas en su faceta más humana, algo que Fallarás logra con gran acierto. Apoyándome en la simbología clásica y en especial la griega, diría que nos encontramos aquí, con una Helena por la que un hombre iría a la guerra; una Penélope, que se reprocha su propia dependencia del amor y que es deseada por hombres que en su tiempo se consideraron amigos de su esposo; con una Clitemnestra decidida a obtener su placer a cualquier costo o una Medea capaz de imponer su castigo. Y pese a todo, esta es la historia de La Polaca. Una referencia actual, europea.No la olvidarán.


Palabras de Fernando Marías:
«¿Digo que la leí de un tirón y que se me pusieron en los ojos lágrimas de emoción en las últimas páginas y que a la vez ese desenlace me dio miedo? ¿Digo que llegué a querer y, por supuesto, admiré a la protagonista? ¿Digo que todos somos el Capitán? ¿Digo que los aficionados a las definiciones no podrán, por mucho que lo intenten, clasificar esta novela apocalípticacomprometidaemocionalpolíticamenteradicaltiernaanticlericalmelancólicabella? No. Solo les pido que si se consideran lectores del siglo XXI y creen en la literatura de resistencia ideológica y están interesados en las novelas que hacen preguntas hondas que da miedo responder, esta es su novela». La novela fue Premio Ciudad de Barbastro de novela corta en 2011.




Cristina Fallarás nació en Zaragoza en 1968. Ha sido periodista a distintas alturas en El Mundo, El Periódico, ADN, Cadena Ser, RNE, Antena 3 o Cuatro. Ahora es editora y asesora en temas digitales para medios de comunicación, escribe novelas y dirige la revista online Sigueleyendo. Ha publicado los libros Rupturas (Urano, 2003), No acaba la noche (Planeta, 2006), Así murió el poeta Guadalupe (Alianza, 2009, finalista del Premio Internacional Dashiel Hammett de novela negra) y Las niñas perdidas (Roca Editorial, 2011, Premio L’H Confidencial de Novela Negra 2011 y premio del director de la Semana Negra de Gijón 2011). Además se pueden encontrar relatos suyos sembrados en una decena de antologías.

Enlace a la lectura del primer capítulo.

Enlace a la editorial Salto de Página

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