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jueves, 11 de abril de 2013
LA ESCUELA DE LOS CABALLITOS DE MADERA
Pilar Alberdi
En la escuela de los caballitos de madera se les enseñaba a estarse quietos. Los sacaban de un cedro, un nogal o un pino. Expertos carpinteros les daban forma y los sujetaban con clavos a un par de maderos
Después, permanecían días enteros en el escaparate de una tienda a la espera de que alguien los quisiese.
Sólo recibían algo de vida cuando una niña o un niño se montaba en ellos, les sujetaba fuerte de las crines de lana, imitaba su relincho, y los ponía en rápido movimiento sobre el vaivén de madera, mientras sus padres les decían nombres de leyenda como Rocinante o Bucéfalo, y les indicaban un lugar imaginario a dónde dirigirse.
Pero los niños olvidaban pronto esos nombres tan raros y pronto decían: «¡Arre,caballito!», «¡A la casa de los abuelos!», «¡A la mar!», «¡A luchar contra los piratas!» Y allá se iban.
Pero los caballitos de madera nunca les ponían nombres a los niños; no podían. Ni siquiera podían consolarlos cuando alguien los humillaba con un reproche o un azote. Además, sólo algunos, unos pocos, acababan sus días dando vueltas en los tíovivos, en un “sube y baja” interminable para toda la vida.
Sin embargo, algunas noches, en sueños, los caballitos y los niños, lograban escapar juntos... Se marchaban lejos, muy lejos... Se subían sobre nubes de algodón, lamían golosinas que flotaban por el cielo, bajaban a tierra y se mojaban las patas en un río repleto de estrellas que habían quedado de la noche. Al salir salpicaban la hierba con agua y tomaban un poco de sol, mientras olían el perfume de las flores y la menta y veían como corrían las rápidas sombras de los árboles, una detrás de otra, sobre la tierra.
Luego, sucedía lo de siempre, los niños crecían, y sólo muy de vez en cuando, recordaban a sus caballitos de madera... Aquellos que acabaron sus días en un desván oscuro, en una hoguera de San Juan o en la basura.
Pero cuando los llamaban… ¡Ah, cuando los llamaban con su imaginación! Bastaba que pensaran: «¡Arre, caballito!» Y los caballitos siempre volvían. Porque un caballito de madera nunca deja abandonado a un niño, ni siquiera cuando este se convierte en un adulto.
(Foto: derechos adquiridos en Fotolia)
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Saludos, maestra. Este enlace me parece de lo más encantador. Le agradezco la evocación. Nuestros aaludos, siempre.
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
EliminarSaludos.