domingo, 9 de octubre de 2011

DESEO, ESPERANZA Y ABISMO




FotomontajePulo
Texto: Pilar Alberdi

Nos emocionamos ante lo que el protagonista quiere conseguir (deseo), insiste para conseguir (esperanza) y no conseguirá (abismo), ya sea que él lo sepa o lo sepamos nosotros como lectores. ¿Y qué es eso que queda al final?: la derrota del personaje, la victoria de las circunstancias. En suma: comprensión y, acaso, algo muy parecido a la aceptación.

Veamos tres ejemplos.

Relato Vanka (1886) de Antón Chejov (Rusia, 1860-1904)

Como en la mayoría de sus cuentos, Chejov, nos da todas las explicaciones posibles en las dos primeras frases, o lo que es lo mismo en los primeros cinco renglones. En este caso Vanka Yúkov, un niño de 9 años que vivía en el campo con su abuelo, ha sido enviado como aprendiz de zapatero a la lejana Moscú. Una vez allí, su vida es aún más miserable que en el campo, pasa hambre y sufre maltrato. La noche de Navidad espera a que su amo y los oficiales se marchen a la «misa de gallo». Recoge del armario del patrón una pluma y un frasco de tinta y escribe una carta a su abuelo para pedirle que envíe a por él. Las tres primeras frases de esa carta son fundamentales. Nombra cariñosamente al abuelo, le desea feliz navidad y que Dios lo proteja; y a continuación después de decirle «No tengo padre ni madre, sólo me quedas tú» implora que venga en su ayuda.
Cuando se dispone a escribir la dirección, el niño duda, pero finalmente escribe muy satisfecho «A la aldea de mi abuelo», y por si quedaba alguna duda... Añade: «Para Konstantín Makárich». Después sale muy contento a la calle, sin abrigarse apenas, y este hecho ya nos hace temer una futura enfermedad. Corre en busca de un buzón. Cuando lo encuentra echa la carta. Después regresa a la casa y se acuesta. El patrón no ha llegado aún de la misa del gallo. El niño se duerme y entre sueños ve a su abuelo junto leyéndoles a las criadas de la casa, la carta que le ha enviado su nieto.

La tortura de la esperanza (1888) de Philippe-Auguste Villiers de L'Isle-Adam (Francia, 1838-1889)

En el primer párrafo el autor nos sitúa en el lugar en dónde suceden los hechos, las bóvedas del Tribunal de la Inquisición de Zaragoza, y quién es el responsable de ese sitio, «el venerable Pedro Arbués de Espila, sexto prior de los dominicos de Segovia y Gran Inquisidor de España». También se nos dice que este personaje se dirige a un «in pace» y nos explica quién hay allí, se trata de «Aser Abarbanel, rabí, judío aragonés, sometido a tortura, día a día desde hacía más de un año».
Ya en la celda, el prior le comunica que será expuesto en «el quemadero». El «fraile redentor» aquel que lo torturó diariamente, besa al reo, y le pide perdón. Pero cuando se marchan el reo descubre que por el resquicio que deja el cierre de la puerta entra luz... Piensa que sin querer la han dejado abierta y, en efecto, así es, y surge en el fondo de su ser el deseo de escapar, que el narrador completa diciendo: «la incierta esperanza del judío era tenaz por ser la última». Observemos ese adjetivo, «incierta» tan especialmente colocado y que cobra tanta fuerza marcando el límite, la frontera entre los posible y lo imposible. Pero la puerta en verdad está abierta. El rabí sale y de espaldas a la pared avanza temeroso por los pasillos. Al ver venir hacia él a unos frailes, se acurruca en el suelo y aunque se detienen junto a él, no lo descubren. Pasan de largo. El narrador vuelve a hablar de esperanza... «El triste evadido sintió que una loca esperanza llenaba todo su ser». Una vez más comprobamos el valor dramático de un adjetivo bien puesto: «loca esperanza» que acentúa aquella «incierta esperanza» antes nombrada. Cuando el rabí siente que la libertad está a un paso y que Dios lo devuelve a la vida, cuando ya siente que el Señor parece dispuesto a abrazarlo, descubre que los brazos que han ido a su encuentro son los del prior inquisidor, momento en el que el narrador explica lo que acaba de comprender el rabí condenado al quemadero, que «cada etapa de la noche funesta no fue más que un previsto tormento de esperanza».
Si en el cuento de Chejov los adjetivos pasan desapercibidos, es decir, son tan sencillos y posibles, que no entran en contradicción con el sujeto u objeto que definen... («plumilla enmohecida», «enjuto y pequeño», «ágil y vivaz», «cara siempre sonriente», en el cuento del autor francés los adjetivos tienen una fuerza singular: el inquisidor es el «venerable Pedro Arbués», el mismo personaje quien tiene el aliento «abrasador, viciado por el ayuno», al que no le tiembla la mano al mandar a los hombres al «quemadero».
Auguste Villiers de L'Isle-Adam, como lo hiciera Poe, predecesor suyo, utiliza palabras que evocan el ambiente y la situación terrorífica. Los frailes que discuten en el pasillo mientras el rabí intenta escapar no son sólo dos frailes discutidores sino «dos siniestros frailes discutidores», el corredor es «sepulcral»...
Me parece justo decir aquí que desde hace tiempo, hay una moda en renegar de los adjetivos e incluso de los adverbios, pero cuando están bien utilizados resultan esenciales al sentido dramático de un texto.

Ley de vida (1901) de Jack London (EE. UU, 1876-1916)

El argumento de este cuento nos habla de la partida de la tribu y el abandono de un anciano. Se trata del viejo Koskook, quien en sus años mozos fue cacique como en el momento en que suceden los hechos, lo es su hijo.
Mientras la tribu se dispone a partir, el anciano permanece solo dentro de su tienda. Conoce su destino y sabe que será abandonado. Es la ley. Mientras tanto, escucha cómo se montan las tiendas en los trineos y cómo se quejan los perros cuando los sujetan al tiro. También oye la voz de su nieta y la de su hijo...
Su vida durará tanto como los leños que le han dejado, luego el frío se encargará de adormecerlo...
En la mente del anciano persiste la esperanza de que su hijo se compadezca de él, pero mirando atrás sabe que su hijo cumplirá la ley. Cuando un anciano ya no se vale por sí mismo debe quedar atrás. Él lo hizo con su padre. Sus nietos lo harán con su hijo; igual piensa que si su nieta hubiese sido un poco más atenta y trabajadora habría dejado algún leño más para el abuelo...
Mientras la tribu se aleja, recuerda su infancia. El día aquel que con un amigo siguieron a un alce perseguido por los lobos. Dice la voz del narrador por aquellos niños... «Siguieron de cerca con ardor la caza leyendo a cada paso la inexorable tragedia que estaba escribiéndose». Y, de repente, aquel niño convertido en un anciano vuelve a escuchar aullar a los lobos. No, no son un recuerdo, están ahí... Han olido a la víctima. Siente que se acercan.... Uno de los animales ha entrado en la tienda y el hombre percibe el vaho del aliento cerca de su rostro. Pronto llegarán los demás. Afuera nieva y él se niega a morir... Más aullidos... Aún mueve en el aire un leño encendido. Lo intenta otra vez... Comprende que la tragedia de aquel viejo alce... Aqueé que vieron sus ojos niños ha vuelto, y decide entregar su vida.

En los tres casos, se trata de la esperanza del protagonista (un niño, un adulto, un anciano). En cada uno de ellos surgirá el sentimiento de que han sido traicionados. En el primer caso por el abuelo que, en realidad, no recibirá la carta; en el segundo, por Dios, a cuyo amparo y misericordia imploró el rabí y en cuya creencia sustentaba su fe; en el tercero la traición, viene de parte del hijo y de la tribu, aunque a ellos los obligue el cumplimiento de una antigua ley.

Deseo, esperanza y abismo. Cuando se consigue la debida proporción entre sus componentes, el resultado nos da algunas de las mejores historias de la literatura.


(Nota: estos relatos los puedes encontrar en «Cincuenta cuentos breves». Edición de Miguel Díez R. y Paz Taboada con la colaboración de Blanca Ballester. Editorial Cátedra, 2011).

2 comentarios:

  1. Pilar, Pilar, Pilar. QUé entrada tan excelente. No se me ocurre más. Me has puesto la piel de gallina con estos tres relatos, magníficos. Tristes, muy triste el primero. Pero que son ideas que me provocan dos cosas: ganas de vivir, ganas de escribir.
    Besos. Jopeta, ¿cómo se les ocurren estos cuentos?

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  2. Sólo se me ocurre una respuesta. Habían leído mucho y traspasaban a sus obras sus propios sentimientos.
    Si entramos en la vida que se conoce de estos autores sabemos que fue dura, que Jack London, por ejemplo, trabajaba de lo que podía para sobrevivir. El pobre Chejov también trabajaba como médico para ayudar a sus hermanos y a su padre y robaba horas al sueño para escribir. Murió tuberculoso y muy joven. Otros fallecieron a causa de enfermedades propias de la época como la sifilis (Guy de Maupassant, Nietsche), en campos de trabajo(Isac Babel, Irene Nemirovsky...), que lista tan larga podríamos hacer un unos minutos. Sí, creo que un paseo por la vida de escritoras y escritores nos hablaría directamente de los senderos que recorrieron,y de su fe para seguir adelante.
    Saludos Igor, y éxito con tu nuevo libro.

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